Desmontando a Hank Moody

Actitud chulesca. Labios fruncidos. Te mira como si supiera algo más que tú. Algo importante. Pero no sabe una mierda. Él mismo te diría que no hay nada que saber, que se ha tirado la vida buscándolo y al fin lo ha entendido. Que todo es inútil.

Se las lleva a todas de calle, con su eterno gesto de hastío. Es el héroe del siglo XXI, el héroe de todos los tipos que sueñan con triunfar sin dar un palo al agua. Es el modelo a evitar, aunque todos lo quieren seguir.

Es Hank Moody. Ningún hombre que haya visto Californication no ha querido ser él. Deteniendo su Porsche en cualquier semáforo de Los Ángeles, volviéndose hacia el coche de al lado, mirando por encima de tus gafas de sol al bellezón lleno de silicona que media hora después se revolverá entre las sábanas de su cama.

Pero, inmersos en la cuarta temporada de las andanzas de este peculiar escritor, paremos un momento. Intentemos responder a la siguiente pregunta, si es que tiene una respuesta: ¿Quién o qué es Hank Moody?


Estudiemos la imagen un momento. Sí, concretamente el hecho de que va en canzoncillos. Pues nos muestra un rasgo importante de su personalidad. Le importa una mierda lo que piensen de él. O eso intenta transmitir. Así que a todos los que están pensando... "me gustaría parecerme a Hank Moody", etcétera, etcétera, lo único que les puedo decir es lo siguiente. Vais mal, chavales. Hank Moody ni se plantearía eso.

Por supuesto también está la absurda idea de que en Los Ángeles hay hordas de féminas dispuestas a abalanzarse sobre el primer escritor de éxito que se cruce en su camino... Ah, no, que Moody es especial. ¿Por qué?

Aquí es donde llega el salto de fe. Hay que creer que Moody es el puto amo. Nosotros e incluso la fauna que le rodea en la serie. Le miran ahí tirado en el sofá, borracho y soltando alguna perla condescendiente, y piensan: ese tío debe ser un genio. Y ensalzan cualquier cosa que hace. Cualquier palabra que escribe.

Y luego le oyen decir que en realidad sólo quiere a su mujer (su mayor gruppie). Que su hija lo es todo para él. Oh.. qué bonito. ¡El verdadero Moody no es ése! El verdadero Moody es el que se muestra en sus comentarios más ácidos. El que sólo se preocupa por sí mismo. A ese imbécil egocéntrico admiramos. A un tipo cuya idea del trabajo es sentarse frente a una máquina de escribir a la una de la mañana, junto a una botella de ves a saber qué, y a las siete llevarle el manuscrito a su agente.


En mi opinión, la razón por la que lo idolatramos es tan sencilla como decepcionante. No lo entendemos. Intentamos explicarnos qué hace bien. Hurgamos en cada sonrisa, en cada detalle, en el coche, en las gafas, en la camiseta negra. Pero es imposible entenderlo. Pues no hay nada. No tiene nada.

Y ahí radica su grandeza. En venderte ese vacío.

Y uno lo compra, creyendo que está delante de algo genial. Y de tanto creerlo se vuelve real. Y entonces, cuando ya es tu ídolo, cuando piensas, "ojalá fuera como él", y muy pronto llega la pregunta que nadie puede responder, "¿qué tiene de especial?". Y lo que tiene de especial es que te ha hecho creer que es especial. Que no es poco.