Golpeó la puerta un par de veces antes de entrar en el local. Era diminuto. Un mostrador y poco más. Atmósfera densa. Saludó al dependiente, un chaval barbudo que no levantó la vista del iPhone hasta que lo tuvo delante, e incluso entonces siguió echando vistazos fugaces al aparato, ensanchando su sonrisa ante lo que debía leer allí. Sobre su cabeza, presidiendo la tienda, sobre un reloj que indicaba las diez y cuarto, un cartel de contenido más que explícito. Asociación Barcelonesa Canábica.
No fue difícil entablar conversación. Incluso surgió otro individuo de la trastienda (donde al parecer había todavía más gente) que acabó uniéndose. Algo mayor que su compañero. Fumaba. El recién llegado sonrió al identificar el olor, que poco a poco se fue extendiendo por todo el local.
Hablaban de su iniciativa con fervor. Llevaban tiempo luchando para legalizarla, le explicaba el dependiente mientras le tendía la bolsita de plástico. Incluso estaban inscritos en el Registro de Asociaciones de la Generalitat. No eran cuatro porretas, le dijo el otro, tendiéndole el porro ya casi acabado, que rechazó. El cannabis es como el alcohol o el tabaco, insistían, la diferencia es que su producción es más fácil y el Estado no podría cobrar impuestos si se legalizara.
Él asentía comprensivo, y los escuchó cortesmente casi media hora. Claro, claro. Totalmente de acuerdo, murmuraba de vez en cuando. Se veía que les gustaba hablar, que les gustaba convencer, sobre todo. Él sostenía la bolsa en la mano derecha. Les dio coba hasta que vio en el reloj de la pared, bajo el cartel, que se acercaban las doce y media. Entonces habló.
Perdonad un momento, les interrumpió, pues por entonces ya hablaban entre ellos, sin prestarle atención. Dejó sobre la mesa la bolsa y endureció el semblante, aunque no pudo evitar una leve sonrisa al ver su reacción cuando se oyó el tintineo de la puerta abriéndose tras él. Refuerzos. Al fin. Se inclinó sobre el mostrador. Chavales, escuchad. ¡Escuchadme, coño! Me parece muy bien toda la esa mierda de la legalización. Perfectamente. Pero estáis vendiéndole hachís a un policía... Estáis detenidos, chavales.
Aquello era lo mejor. Las caras. La reacción. Todavía se reía cuando, media hora más tarde, cuatro detenidos después, se quedó solo en el local. Sobre la mesa, la bolsa intacta. Se mesó la perilla, pensativo...
No fue difícil entablar conversación. Incluso surgió otro individuo de la trastienda (donde al parecer había todavía más gente) que acabó uniéndose. Algo mayor que su compañero. Fumaba. El recién llegado sonrió al identificar el olor, que poco a poco se fue extendiendo por todo el local.
Hablaban de su iniciativa con fervor. Llevaban tiempo luchando para legalizarla, le explicaba el dependiente mientras le tendía la bolsita de plástico. Incluso estaban inscritos en el Registro de Asociaciones de la Generalitat. No eran cuatro porretas, le dijo el otro, tendiéndole el porro ya casi acabado, que rechazó. El cannabis es como el alcohol o el tabaco, insistían, la diferencia es que su producción es más fácil y el Estado no podría cobrar impuestos si se legalizara.
Él asentía comprensivo, y los escuchó cortesmente casi media hora. Claro, claro. Totalmente de acuerdo, murmuraba de vez en cuando. Se veía que les gustaba hablar, que les gustaba convencer, sobre todo. Él sostenía la bolsa en la mano derecha. Les dio coba hasta que vio en el reloj de la pared, bajo el cartel, que se acercaban las doce y media. Entonces habló.
Perdonad un momento, les interrumpió, pues por entonces ya hablaban entre ellos, sin prestarle atención. Dejó sobre la mesa la bolsa y endureció el semblante, aunque no pudo evitar una leve sonrisa al ver su reacción cuando se oyó el tintineo de la puerta abriéndose tras él. Refuerzos. Al fin. Se inclinó sobre el mostrador. Chavales, escuchad. ¡Escuchadme, coño! Me parece muy bien toda la esa mierda de la legalización. Perfectamente. Pero estáis vendiéndole hachís a un policía... Estáis detenidos, chavales.
Aquello era lo mejor. Las caras. La reacción. Todavía se reía cuando, media hora más tarde, cuatro detenidos después, se quedó solo en el local. Sobre la mesa, la bolsa intacta. Se mesó la perilla, pensativo...
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