Así conocemos a Bubbles. Arrastrando su inseparable carro por las calles de Baltimore. Pregonando su mercancía con la alegría y el entusiasmo de cualquier comerciante entre los despojos de la ciudad, miradas vacías de rostros que se acercan curiosos. Embolsándose billetes sucios y arrugados que le darán de comer. O mejor dicho, le proporcionarán su dosis diaria. Pues eso es Bubbles, por encima de todo, ahora que acabamos de conocerlo. Un drogadicto. Uno más.
Pero ocurre algo extraño. Mira en todas direcciones, luego se acerca, dubitativo, a un coche. Se inclina ante la ventanilla. Habla. Vuelve a ojear la calle, sigue vacía. Luego se despide de la mujer que se sienta al volante, Kima Creggs (detective de policía, rasgos asiáticos y pose masculina), y sigue su camino. Pero ahora lleva en la mano un nuevo billete. Este está limpio, o al menos eso parece. Pero le servirá para comprar la misma droga.
Bubbles tiene un don para la palabra. Es su mayor virtud. Vemos lo inteligente, amable, divertido que puede llegar a ser. Su verborrea atrae a los muchachos que habitan la esquina. Muchachos que se pasan todo el día vigilando el negocio. Aburridos. Se interesan por él. También nos atrae a nosotros. Consultan su mercancía. Él les muestra sus gorros. Algunos rojos. Éstos se los coloca hábilmente a los escogidos. Mientras, a poca distancia, Kima saca fotos. Sonríe. Nosotros también. Bubbles el soplón.
La guerra de Bubbles poco tiene que ver con la que se libra en Baltimore. Él ya perdió demasiadas batallas. Incluyendo la de un hijo al que no espera volver a ver. Intenta recuperarse, mantenerse limpio lo suficiente para vivir con su hermana, con su sobrina, volver a empezar. Esa es su lucha. Esa es su guerra.
La mayor parte del tiempo vaga solo. Durante los cinco años que seguimos a su lado, presenciando sus miserias, de vez en cuando se apoya en alguien, en algún muchacho al que intenta ayudar, sin éxito alguno. Pero ser Johnny, el primero, o Sherrod, el último. Da igual. Los dos comparten similar destino. Pues Bubbles no puede ayudar a nadie mientras no se ayude a sí mismo, mientras se dé por perdido.
Bubbles es uno de los personajes más entrañables de The Wire. Su historia de redención personal no deja de ser algo moralizante dentro del entramado sucio y gris e hiperrealista que nos muestra la serie, pero aún así, es el rostro visible de toda la aquella masa anónima que vemos pasear como espectros entre los traficantes, arrebatándoles de las manos una mísera dosis para consumirla a oscuras en cualquier rincón.
Empatizamos con él. Es imposible no hacerlo, siendo como es Bubbles el personaje dickensiano por excelencia. Inocente, maltratado por la vida. Un buen tío, al que le llueven los golpes. Ya lo encontramos tirado, sucio, andrajoso, le falta un diente.
Nos encolerizamos cuando, un buen día, una sombra amenazante, una de tantas que surgen de los callejones, se fija en él. Lo persigue, le roba, le golpea sin motivo. Por qué a él. Una luz en los arrabales de Baltimore, la voz alegre y risueña de unas calles moribundas. Nos aferramos a sus contactos en la policía. De algo deben servirle. Le ayudarán. Pero no. Tampoco. Él debe actuar. Y el destino le guarda aún la peor carta. Una más.
Le vemos sentado en la sala de interrogatorios. Destrozado. Confesando. Explicando la muerte de Sherrod. Sabemos lo que hará en cuanto le dejen solo. No queremos verlo. Nos aferramos a la esperanza. Si la hay. Si es que aún hay esperanza.
Pronto vendrán las sombras. Pronto esos seres despiadados a los que la vida ajena les importa una mierda. Tanto policías como asesinos. Pero entre todos ellos está Bubbles. No es un héroe, ni un villano, sólo un buen tipo con esta sonrisa torcida que jodió su vida y no puede arreglarlo. Que lo intentará, y quizá venza, o quizá no, pero que seguirá luchando.
Y cuando al fin lo vemos en el sótano de su hermana, encerrado, apartado, deseamos abrirle la puerta para que suba con nosotros. Hemos visto lo que ha hecho. Hemos visto quién es en realidad. Cada vez que vuelve a vagar por las calles se nos encoge el corazón. No sabemos si esta vez podrá conseguirlo. Pero llegar hasta ahí, coño, tiene mucho mérito.
Bubbles uno de los únicos triunfadores que nos encontramos en esta historia. Quizá el mayor.
Bubbles tiene un don para la palabra. Es su mayor virtud. Vemos lo inteligente, amable, divertido que puede llegar a ser. Su verborrea atrae a los muchachos que habitan la esquina. Muchachos que se pasan todo el día vigilando el negocio. Aburridos. Se interesan por él. También nos atrae a nosotros. Consultan su mercancía. Él les muestra sus gorros. Algunos rojos. Éstos se los coloca hábilmente a los escogidos. Mientras, a poca distancia, Kima saca fotos. Sonríe. Nosotros también. Bubbles el soplón.
La guerra de Bubbles poco tiene que ver con la que se libra en Baltimore. Él ya perdió demasiadas batallas. Incluyendo la de un hijo al que no espera volver a ver. Intenta recuperarse, mantenerse limpio lo suficiente para vivir con su hermana, con su sobrina, volver a empezar. Esa es su lucha. Esa es su guerra.
La mayor parte del tiempo vaga solo. Durante los cinco años que seguimos a su lado, presenciando sus miserias, de vez en cuando se apoya en alguien, en algún muchacho al que intenta ayudar, sin éxito alguno. Pero ser Johnny, el primero, o Sherrod, el último. Da igual. Los dos comparten similar destino. Pues Bubbles no puede ayudar a nadie mientras no se ayude a sí mismo, mientras se dé por perdido.
Bubbles es uno de los personajes más entrañables de The Wire. Su historia de redención personal no deja de ser algo moralizante dentro del entramado sucio y gris e hiperrealista que nos muestra la serie, pero aún así, es el rostro visible de toda la aquella masa anónima que vemos pasear como espectros entre los traficantes, arrebatándoles de las manos una mísera dosis para consumirla a oscuras en cualquier rincón.
Empatizamos con él. Es imposible no hacerlo, siendo como es Bubbles el personaje dickensiano por excelencia. Inocente, maltratado por la vida. Un buen tío, al que le llueven los golpes. Ya lo encontramos tirado, sucio, andrajoso, le falta un diente.
Nos encolerizamos cuando, un buen día, una sombra amenazante, una de tantas que surgen de los callejones, se fija en él. Lo persigue, le roba, le golpea sin motivo. Por qué a él. Una luz en los arrabales de Baltimore, la voz alegre y risueña de unas calles moribundas. Nos aferramos a sus contactos en la policía. De algo deben servirle. Le ayudarán. Pero no. Tampoco. Él debe actuar. Y el destino le guarda aún la peor carta. Una más.
Le vemos sentado en la sala de interrogatorios. Destrozado. Confesando. Explicando la muerte de Sherrod. Sabemos lo que hará en cuanto le dejen solo. No queremos verlo. Nos aferramos a la esperanza. Si la hay. Si es que aún hay esperanza.
Pronto vendrán las sombras. Pronto esos seres despiadados a los que la vida ajena les importa una mierda. Tanto policías como asesinos. Pero entre todos ellos está Bubbles. No es un héroe, ni un villano, sólo un buen tipo con esta sonrisa torcida que jodió su vida y no puede arreglarlo. Que lo intentará, y quizá venza, o quizá no, pero que seguirá luchando.
Y cuando al fin lo vemos en el sótano de su hermana, encerrado, apartado, deseamos abrirle la puerta para que suba con nosotros. Hemos visto lo que ha hecho. Hemos visto quién es en realidad. Cada vez que vuelve a vagar por las calles se nos encoge el corazón. No sabemos si esta vez podrá conseguirlo. Pero llegar hasta ahí, coño, tiene mucho mérito.
Bubbles uno de los únicos triunfadores que nos encontramos en esta historia. Quizá el mayor.
La historia de Bubbles es una de las pequeñas gotas de esperanza que nos regala The Wire. Probablemente su vida seguirá siendo igual de dura que siempre, pero al menos su cierre nos invita a pensar en un futuro mejor para él.
ResponderEliminarMuy buena entrada, Jordi. Recoges muy bien el ambiente de uno de los pocos finales felices de la serie (junto con Namond y poquito más...). La redención existe, como en la vida. Y por muy pesimista que sea "The Wire", también hay un resquicio para la esperanza, como dice Watanabe.
ResponderEliminarMira que he escrito mucho sobre "The Wire", pero al único personaje al que le dediqué una entrada fue a Bubbles. Sus compañeros también están llenos de vida (y dolor), pero me quedo con Walon, su ángel de la guarda.
Walon es uno de esos personajes casi terciarios de The Wire, que en sus escasas apariciones te dejan con la sensación de que habría tanto y tan interesante detrás...
ResponderEliminarEs uno de los grandes aciertos de la serie (quizá lo que la acerca tanto a la vida real), que no parecen personajes sino personas, con todo un bagaje que nos transmiten de forma magistral.
Lo acerca tanto a la vida real pq hace casi de si mismo. Walon es Steve Earl, musico "country" adicto durante muchos años a la heroina, que seguramente el personaje sea una caricatura de si mismo.
ResponderEliminarMuy buenos e interesantes los articulos sobre los personajes.
Un saludo
Carlos, me acabas de dar una idea. Voy a investigar un poco sobre los personajes que, igual que Walon, hacen casi de sí mismos, y haré un post en cuanto acabe con el último protagonista que me falta!
ResponderEliminarUn saludo!
Son varios los casos con los que te encontraras muy interesantes. El más sonado es el de Snoop, que hace de si misma en la serie. Fue dealer en las esquinas y estuvo 6 años en la carcel cuando era teen por homicidio en 2º grado. Toda una personaje que ficho Omar para la serie.
ResponderEliminarDisfruta y suerte con el post.
Un saludo,
Entrañable personaje, la verdad es que llegó a hacer que acabara odiando a Herc, que ya de por sí no me caía muy bien, su historia con Serrod acaba en una tragedia shakesperiana. Como dicen por ahí, uno de los pocos finales y mira que yo me esperaba lo peor, me alegró mucho ver que terminaba con esa "puerta abierta".
ResponderEliminarJoder pero no creo que Snoop en la vida real fuera tan abyecta como lo es en la serie, mira que son desalmados algunos asesinos que salen en la serie, una maquina de matar, pues no esta flipada la niña y el compañero que tiene Chris Partlow el perfecto soldado, al final parece hacer buenas migas con el otro soldado de la serie Wee-bey. tambien dan como a entender que Partlow por la fiereza salvaje con que golpea al padrastro de Michael, que quizá fue victima de abusos. Están locos, pero algunos cambian, incluso dos muy distintos como el joven poli polaco me cuesta escribir su nombre, o el boxeador Dennis Wise, serían otros tiempos los de Dennis, no lo veo un asesino del tipo de Chris Partlow, en su juventud
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