Uno de los libros del año. Puro y sencillo suspense. Bestseller de manual, personajes curiosos pero arquetípicos y una historia con giros constantes que nos hacen pasar las páginas con las neuronas a medio gas. A duras penas literatura, pero entretenimiento más o menos honesto y sin pretensiones con una inmejorable campaña de marketing a sus espaldas. Es poco, pero McDonald's se ha convertido en un imperio con los mismos cimientos...
Quería algo ligero, y esto lo es. Libro de verano que con las primeras lluvias ya habrás olvidado, pero que devorarás en pocos días. Muy comparado con Perdida, no sin razón, esa obra que Fincher y Rosamund Pike impulsaron a lugares que por si sola jamás hubiera alcanzado. Realmente, La chica del tren guarda bastantes similitudes con ella. Premisa sencilla, pistas falsas y un misterio que se empieza a intuir demasiado pronto.
Pero queremos saber más. Quizá por su protagonista, el mejor personaje, de largo (¿el único?). Esa Rachel alcohólica, bebiendo en el tren hacia ninguna parte y envidiando vidas ajenas, patética, enviando mensajes desesperados a su ex, acosándolo y entrometiéndose, convertida en imposible detective de un caso que, aparentemente, nada tiene que ver con ella...
Narración sencilla estructurada en retazos de diarios de tres personas distintas, lo peor es que la autora no consigue diferenciar bien a los personajes, convirtiendo las partes donde hablan Megan (la desaparecida) y Anna (nueva esposa del ex de la protagonista) en un mejunje de clichés, complicando el diferenciar entre una y otra la mayoría de las veces. La principal consecuencia, falta de empatía total con ambas...
Por no hablar de los personajes masculinos. Decir que son prototipos es quedarse corto (es casi insultante). Al final, como libro anda cerca de las películas de sobremesa de Antena 3. Y sin embargo, con el estómago lleno, hundido en el sofá y con los párpados pesando toneladas, a veces a uno le apetece simplemente eso...
¿Es La chica del tren un buen libro? NO.
¿Entretenido? ¿Ameno? Sí. Nada más.
Pero queremos saber más. Quizá por su protagonista, el mejor personaje, de largo (¿el único?). Esa Rachel alcohólica, bebiendo en el tren hacia ninguna parte y envidiando vidas ajenas, patética, enviando mensajes desesperados a su ex, acosándolo y entrometiéndose, convertida en imposible detective de un caso que, aparentemente, nada tiene que ver con ella...
Narración sencilla estructurada en retazos de diarios de tres personas distintas, lo peor es que la autora no consigue diferenciar bien a los personajes, convirtiendo las partes donde hablan Megan (la desaparecida) y Anna (nueva esposa del ex de la protagonista) en un mejunje de clichés, complicando el diferenciar entre una y otra la mayoría de las veces. La principal consecuencia, falta de empatía total con ambas...
Por no hablar de los personajes masculinos. Decir que son prototipos es quedarse corto (es casi insultante). Al final, como libro anda cerca de las películas de sobremesa de Antena 3. Y sin embargo, con el estómago lleno, hundido en el sofá y con los párpados pesando toneladas, a veces a uno le apetece simplemente eso...
¿Es La chica del tren un buen libro? NO.
¿Entretenido? ¿Ameno? Sí. Nada más.
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