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El mundo de Guermantes


Tras un merecido descanso en la orilla de varios meses, reponiendo fuerzas con volúmenes quizá más voluminosos, pero ligerísimos en comparación, nos levantamos con energías renovadas y sin dudar, valientes, de la mano de un Proust ya desatado, retorciendo y alargando su prosa, dejamos atrás el balneario de Balbec, las muchachas en flor, Andrea, Gilberta, el genial pintor Elstir, todo ello desvaneciéndose como si fuera un sueño.

En este tercer volumen de la colosal obra que es "En busca del tiempo perdido", Proust abandona su retiro para entrar a formar parte, tímidamente y casi como espectador, de las reuniones, fiestas y en general, de la vida de la nobleza.

Personalmente, el camino ha sido farragoso, demasiado en ocasiones (es sin duda el tomo más duro de los que llevo), pero como siempre hay pequeño oasis, detalles, perlas que nos dan energías para seguir adelante. ¿Qué es el mundo de Guermantes? ¿Qué se encontrará allí un Proust cada vez menos niño (o ya nada niño), despierto y ansioso por disfrutar tras su estancia en Balbec de los placeres que el mundo le ofrece? Veamos...


Empezamos en un teatro. Personalidades de todo tipo contemplan al populacho desde sus palcos. Mediante una cuidadísima recreación de una obra en la que rescatamos al personaje de la Berma, la actriz que de niño idolatraba, que le decepcionó al verla en persona (consecuencia lógica de toda idealización), y que ahora le fascina, revelándosele la grandeza de una actuación tan natural que parecía vulgar en su día; mediante esta obra, entre detalles de sombras y de clases en los palcos en la platea, y de miradas y de secretos, se nos presenta a la princesa y a la duquesa de Guermantes, foco de este tercer volumen.

Proust, obligado por la delicada salud de su abuela a abandonar su hogar y vivir en el mismo hotel donde vive la familia de Guermantes, sucumbe a los encantos de la duquesta Oriana. Empieza entonces un burdo y típicamente proustiano acercamiento a ella. Encontronazos nada fortuitos, el hartazgo de la duquesa y la idea del muchacho de acercarse a un antiguo amigo suyo, Saint-Loup, a quien ya conocimos en el balneario de Balbec. Primo de la duquesa, parece la forma idónea de acercarse a ella. 

Así, Proust se traslada a la ciudad donde su amigo presta servicio como militar, buscando un acercamiento que, a la postre, le lleve hasta su adorada duquesa. Con esta ruin maniobra nos adentramos en ese "mundo de Guermantes"...

Invitado de excepción en esta academia militar (por donde se pasea como si fuera el patio de su casa, charlando con los compañeros de Saint-Loup y aprendiendo sobre estrategia militar, tema que ignoraremos ya que se me hizo especialmente duro) se empieza a intuir, y a mencionar de pasada, un tema que sobrevolará toda la obra. La cuestión Dreyfus. Con la sociedad francesa de principio de siglo completamente dividida, cada bando argumentado la culpabilidad, o no, del capitán, su origen judío hizo estallar una ola de antisemitismo que nos ofrece una privilegiada visión para comprender los sucesos que tendrían lugar años más tarde en toda Europa.

Una buena muestra de ello es la siguiente viñeta, obra del dibujante satírico Caran d'Ache (pseudónimo de Emmanuel Poiré). En la primera escena, alguien comenta: "No vamos a discutir en esta cena nada sobre el asunto Dreyfus". En la segunda: "Lo discutieron".


Pasan las semanas, y tanto Proust como su amigo acaban volviendo a París. Los intentos del joven escritor para que Saint-Loup le acercara a su adorada duquesa de Guermantes no parecen haber dado grandes resultados. Éste le ha prometido hablarle a su prima del interés del muchacho en ciertos cuadros de Elstir, que ella posee, pero las opciones de que esto lleve a buen puerto parecen remotas.

Sin embargo, aparece aquí un tema más que interesante, quizá lo que más me ha llamado la atención hasta el momento de la novela. Esto es, la amante de Saint-Loup, Raquel, con la que éste está más que obsesionado, colmándola de regalos a pesar de las múltiples peleas que bañan su relación por culpa de la actitud coqueta de ella con todo hombre que se cruza en su camino, al poco que le llame la atención, o simplemente para torturar a su amante. Y ahora llega lo mejor. Nada más verla, Proust la reconoce como una prostituta de a 20 francos que vio en un burdel, y que ni siquiera le llamó la atención lo suficiente como para acostarse con ella. Saint-Loup, sin conocer quién es Raquel en realidad, le entrega la friolera de 300.000 francos al año.

Este descubrimiento nos permite disfrutar de cada escena en la que aparece Raquel, y el tonto de Saint-Loup, sin saber que estamos a punto de adentrarnos en la que puede ser la escena más larga e insoportable de las que jamás he leído: la recepción en casa de la señora Villeparisi, verdadera toma de contacto de nuestro querido Proust con el mundo de los Guermantes.


Personajes de todo tipo desfilan en esta escena, en la que de nuevo, subyace la cuestión Dreyfus. Vemos que a pesar de su elevada posición, Saint-Loup está ganándose una mala fama no sólo por la elección de su amante, sino por su abierta posición pro-Dreyfus. También Bloch, amigo judío de Proust, tiene sus problemas por esta cuestión.

Parece mentira que se pueda alargar y entrar tantísimo en detalle en lo que no deja de ser una tarde más o menos monótona (en apariencia) en la casa de la señora Villeparisi, pero como genialmente nos explica Proust, haciendo referencia a las futuras memorias de esta mujer, la literatura es capaz de cambiar la historia, de moldearla a su gusto. Así, igual que estas reuniones parecerán a la posteridad el colmo de la elegancia (aunque la mayoría de los nobles más importantes no las pisaron jamás), podemos rescatar un par de aspectos de entre la maraña de frases, historias a medias, hechos sin importancia o con toda la importancia, que nos encontramos en esta casa.

Lo primero es un primer acercamiento a la duquesa de Guermantes, unos comentarios apenas casuales, que un Proust nerviosísimo e intimado ni responde. Luego, antes de marchar, el abordamiento del barón de Charlus (primo de ésta), con unos vagos y extraños comentarios sobre la francmasonería, y la necesidad de ver a menudo a nuestro narrador, y de instruirle en pos de una misión secreta. Con el ceño fruncido y sin saber muy bien qué esta ocurriendo abandonamos esa casa donde a punto estuvimos de abandonar para siempre el camino de Proust (sí, tan duro fue).

Poco después, bruscamente, tiene lugar un suceso traumático, quizá el punto definitivo en que Proust crece, deja de ser un niño (si algo le quedaba ya), y se libera. No podía ser otro que la muerte de su abuela. La anciana fallece tras una larga y penosa agonía, en la que el carácter de cada personaje de esa casa (el mismo Proust, su madre, su padre, Francisca, y un Bergotte que se convierte en un huésped más) queda perfectamente definido, y vale la pena disfrutar de esas páginas porque es cuando la grandeza y genialidad de Proust, si se capta, resplandece más.

Aquí nos encontramos la parte más chocante de todo el libro, en mi opinión. Visita de Albertina a nuestro guía y narrador. Sí, la misma que idolatraba en Balbec, con la que tan miserablemente falló.

Pues algo ha cambiado, porque en este París donde nos encontramos, la posición del muchacho le eleva por encima de una servil Albertina, que se arroja a sus brazos al momento. Y aquí se nos muestra la personalidad de un Proust que es más que sincero, casi cruelmente, en su propio retrato. No son pocos los momentos en que se nos dan detalles de lo que la gente piensa de él (especialmente genial es un comentario de Francisca diciendo que su amo no vale un pimiento), pero aquí es él mismo quien nos muestra el lamentable trato que le da a la muchacha. Revolcándose entre las sábanas, de nuevo poniéndose de manifiesto la abismal diferencia entre las ilusiones de Proust y la cruda realidad (tema central de la obra, hasta ahora), en cuando el muchacho satisface sus deseos (sí, sutil forma de expresarlo), se deshace de ella, se despide y deja bastante claro que sus sentimientos hacia ella son tan sólo físicos, que si alguna vez la quiso, eso se acabó. Vaya, que la utiliza y abandona como sólo un egoísta y miserable del calibre de Proust puede hacer.


Para acabar, volvamos al mundo de Guermantes, farragosa parte final de la obra. En ella vemos desvanecerse el fervoroso amor que tenía hacia la duquesa (que, apunte, está casada pero en proceso de separación), tanto por comentarios de su madre ("Estás haciendo el rídiculo", en referencia a forzar encuentros durante los paseos de ella), como por el natural carácter del muchacho, incapaz de mantenerse firme en algo. Pero es entonces, cuando menos le importa, cuando ella se le acerca tras una obra de teatro (cerrándose el círculo así, recordemos dónde la vio por primera vez) y le invita a cenar a su casa.

Esa cena tan sólo puede explicarse cómo lo hizo Proust. Cualquier otro intento (y aún ese, para muchos) dormiría sin remedio a cualquier valiente lector. Así que sólo diré, que, por enésima vez, Proust ve cómo la realidad de esas cenas (charlas insustanciales, personajes patéticos haciéndole la pelota a sus anfitriones) choca contra sus sueños e ilusiones, contra su idea del mundo de Guermantes.

Para rematar, al salir de la cena se dirige a casa del barón de Charlus, con quien debía encontrarse para seguir con sus temas de la francmasonería y demás enigmas. Pues ninguno se resuelve, porque en un ataque de locura, el barón le achaca al narrador no estar a la altura, haberle decepcionado, y nos deja patidifusos al abandonarlo y zanjarse (en apariencia) esta trama antes aún de haber empezado.

El libro acaba con una visita a los Guermantes, donde nos encontramos al bueno de Swann, personaje nunca olvidado del todo, que nos deja un regusto amargo al afirmar que tiene una grave enfermedad, no habiéndole dado los médicos más que unas semanas de vida. Triste final para un denso volumen, del que necesitaré tiempo para recuperarme.

"Sodoma y Gomorra", el cuarto volúmen, tendrá que esperar una pequeña temporada...


Comentarios

  1. Me llama la atención la casi unánime opinión sobre lo farragoso de la lectura de la obra de Proust. Yo empecé a leer En busca del tiempo perdido en mayo y, precisamente, voy por El mundo de Guermantes. Para mí la lectura resulta tan fluida y amena como una conversación entre amigos.
    Ah, como no queda claro si lo sabes "La Berma" es la gran Sarah Bernhardt, que falleció unos meses después de Proust.
    Gracias por esta entrada que destaca, hasta donde llevo leído, los rasgos más destacados de la novela.

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  2. Buenas,

    Gracias por el detalle de la Berma, no lo sabía :)

    Respecto a que la prosa sea farragosa, personalmente alterno momentos (voy por el quinto libro) en que me parece que fluye tal y como dices, dándome ganas de leer en voz alta sólo para escuchar la delicia que tengo delante. Pero luego en otras partes, sobre todo durante las recepciones (a veces se me hacen eternas, para ser sincero), o, en el cuarto libro, todo lo referente a la etimología de ciertas poblaciones, ahí sí diría que Proust se recrea sin necesidad.

    Por cierto, me gustaría saber tu opinión sobre el personaje de Proust a lo largo de las novelas. Yo cada vez estoy más cercano a la opinión de Francisca, la verdad.

    Un saludo!
    Jordi



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  3. Pues la verdad es que no tengo una opinión muy clara sobre él. Y es que me parece una persona real: poliédrico, lleno de contradicciones. Por supuesto que es egoísta y que uno no sabe si adora a su madre y a su abuela sólo porque son adorables o porque necesita de su protección. Es un vago. Un mantenido. Persigue aquello que se le resiste, tanto en el amor como en el terreno intelectual (la palabra diletante lo describe muy bien en ese sentido). Me parece tan antisemita y homófobo como su época (porque él mismo tenía sangre judía y en la vida real era homosexual o bisexual y precisamente aquellos que quieren ocultarlo tienden a atacar con mayor ahínco a sus iguales). A lo largo de las novelas va madurando, si a eso se le puede llamar madurar. No cree en la amistad. Ve el amor como una enfermedad (el amor de Swan hacia Odette es comparado constantemente con ese mal). Durante toda su vida, como el Proust real, no estuvo contento con lo que escribía. Pero, al fin y al cabo, es alguien con una visión del mundo interesante, con la que a veces coincido y otras no, que supo aprovechar todo ese mundo de salones y frivolidad al final de su vida para crear o recrear un mundo que ya no existe, pero que en el fondo es muy parecido al nuestro. Creo que es la señora de Villeparisis a quien se refiere el Proust de ficción en esos mismos términos: sus recepciones pasaron a la historia, no por cómo eran realmente, sino por cómo los reflejó en sus memorias. Si Proust no hubiese hecho lo propio, todo ese mundo lleno de encanto del que nos habla habría quedado en el olvido.
    Por supuesto, también aprecio su extremado amor al arte y la dedicación a su estudio. Su extraordinaria sensibilidad. Y algunas otras cualidades.
    En suma, es un personaje creíble. No un estereotipo. Más un antihéroe, que un héroe.
    La opinión de Francisca o no la conozco en detalle porque no he llegado a la parte en que la expone o porque lo hace de manera fragmentaria. Pero supongo que no será favorable. Ella es bastante cruel con aquellos que tiene cerca. (Me parece muy divertida. Pero no querría tratar con alguien así).
    Otro saludo para ti.
    Ah, escribiré un comentario en tu entrada sobre Sodoma y Gomorra.

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  4. No se dice intimado sino intimidado. Gracias

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  5. Lo prolijo de su prosa tiene una explicación lógica, que no es otra que la totalización del pasado, tal y como si este estuviera en relación de la materia al átomo. En esta monumental obra, Proust opera con dos niveles de la ficción, esto es, el primario que tendría que ver con en propio ingenio literario, pero también con la memoria a una escala ambigua. Este segundo aspecto, conjugado y superpuesto a "lo literario ficción" dota a la creación de una mayor potencia artística pues ya no sabemos, ni podemos saber, si esa memoria que a raudales preciosistas vierte infinitas formas a la narración, procede de un presente ya pasado que envuelve a la vida del artista o más bien sea un recurso potenciador de la ficción estrictamente literaria. Esta conjugación de la memoria (en principio en relación a la biografía del sujeto) con la ficción propia de lo literario permite potenciar la posición creativa del artista como hacedor de obras literarias. Este diálogo constante entre ficción y una memoria de la que desconocemos qué contiene de vida recordada y qué de ficción es a mi juicio el gran acierto del arte de Proust.

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