El pasado octubre se estrenó en Netflix la que posiblemente sea la serie del 2020. No será la mejor, no estará exenta de fallos, incongruencias o lugares comunes, pero desde el cubículo donde estemos confinados, muchos nos sorprendimos al sentir un cosquilleo de emoción en las entrañas mientras devorábamos sus siete episodios.
Ríos de tinta electrónica han corrido repasando la estética (brillante), las actuaciones (Anya Taylor-Joy es ya una estrella), la colaboración del mismísimo Kasparov como consultor. Esos son los ingredientes de un cóctel ligeramente agitado, sin estridencias, sin polémicas excesivas pero con los suficientes detalles como para fascinar. A destacar que el final me trajo reminiscencias de los momentos más épicos de Rocky, algo que jamás hubiera pensado de una serie sobre el mundo del ajedrez...
Hace ya meses que pude disfrutarla, y sin embargo, he vuelto a resucitar este blog ahora para hablar de ella por un motivo muy concreto. Después de un año confuso, frustrante, hay algo en Gambito de Dama que siempre merecerá destacar, y recordar.
Ese algo es un elemento que a veces se obvia, o se desprecia. Es algo que creadores soberbios, genios incluso, consideran trucos que ensombrecen la calidad de una obra. Y sí, son trucos, y sí, hacen que la serie pueda ser atacada de muchas y variadas formas. Es algo que baña toda la ficción norteamericana, desde sus inicios, y que la convierte en la más admirada, envidiada y despreciada del mundo. Ese algo no es más que impregnar de pasión, de heroicidad, hasta la más mundana de las actividades.
Y sin embargo, esta vez, creo que han dado en el clavo.
En un año como 2020 donde apenas hemos podido salir de casa, nos hemos encontrado, para bien y para mal, atrapados con la persona que más tememos: nosotros mismos. Muchos no hemos podido viajar, no hemos podido pasar tardes o noches con amigos y el vermut o la cerveza los hemos tomado en el balcón de casa los que teníamos la suerte de tener alguien con quien compartirlo.
Por ello, una ficción cuyo mensaje es que uno puede apasionarse, obsesionarse, encontrar un objetivo y disfrutar de la vida frente a un tablero de ajedrez, me parece más relevante que nunca. Y no podría compartirlo más. Hay más vida en una niña reproduciendo partidas de ajedrez en su mente, noche tras noche insomne sobre la cama de un orfanato, que en todo el bullicio que el coronavirus ha puesto en pausa.
Transmitirme esa pasión, motivarme a jugar, a escribir, a rescatar este mismo blog. No seré yo quien le ponga una pega a una serie que despierta todo eso.
PD: Os espero en Chess.com como JordiT86
Comentarios
Publicar un comentario