En el panorama seriéfilo actual, encontrar algo nuevo
siempre llama la atención. Porque todo parece lo mismo. Una nueva comedia. Un
nuevo drama de época. Un policiaco más. Y sin embargo, a veces nos sorprenden. Eso
ocurrió el octubre pasado, cuando llegó a nuestras pantallas la primera
temporada de la que sería una de las series revelaciones del año: American
Horror Story.
Por qué era nueva. Simplemente por el género. Terror. Sin
concesiones. Terror puro y duro.
Es este un género curioso, tan fascinante como en apariencia
desaprovechado, con pocas obras maestras absolutas y muchos intentos, más o
menos exitosos, de abordar esas sombras, esos murmullos, ese movimiento furtivo
que despierta la parte más primitiva y más fértil de nuestra imaginación.
Hijo de la literatura, que nunca ha podido, o querido,
adentrarse en terror más puro (Poe, Lovecraft, incluso King, por no hablar de
los Stoker o Shelley, siempre tienen matices, siempre es algo más, ya sea
metáfora de la naturaleza humana, aventura, ciencia ficción…), el cine lleva más
de un siglo intentando activar esa parte de nuestro cerebro, provocando el
escalofrío o directamente haciéndonos saltar de la butaca. Al fin y al cabo su
naturaleza visual y auditiva le permite prescindir del componente en el que se
sustenta la literatura, y el arte en general: la imaginación. Sin él, el
espectador está indefenso.
Sin embargo, aunque en ocasiones sí han dado con la tecla, se
requiere un componente de genio o de locura no demasiado habitual, motivo por
el que lo que abundan son obras mediocres, aburridas y predecibles con un
esquema demasiado similar. Sí, “El exorcista” da miedo. “La maldición” japonesa
me lo dio, y mucho. Se me ocurren más, pero son excepciones.
En televisión es aún más raro ver alguna serie que se pueda
catalogar de terror. Lo más parecido, la serie danesa The Kingdom o algún
capítulo de Expediente X. Por eso la llegada de American Horror Story el año
pasado fue recibida con grandísima expectación. Su cabecera, una verdadera
genialidad, ponía el listón aún más alto.

Ahora, sumergidos en una segunda temporada tan fascinante
como perturbadora, por momentos incluso mejor que la primera, me apetece comentarla, más allá de los detalles de cada
capítulo. AHS no es la obra definitiva en el género del terror. Es una locura
absoluta, un magnífico collage de todas las historias ya contadas, con una
ambientación opresiva y cuidadísima (esos mil planos alternándose), con
personajes desquiciados, con todos los monstruos y engendros que la mente más
enferma podría imaginar, además de pesadillas y perversiones que no contaríamos
a nadie si nos acometieran alguna noche...

La primera temporada condensaba tantísimas historias dentro
de la casa encantada que vertebraba el relato, que intentar explicarlas sería
un sacrilegio. La mayoría eran fascinantes. Jessica Lange y todos los secretos
que traía consigo. Su hija, que duró demasiado poco. El hombre de Látex. Tate
(la escena de la biblioteca aún me pone los pelos de punta). La criada. El tipo
de la cara quemada. Me dejo mil seguro. Había ocasiones en que todas las tramas
despegaban de golpe, y la avalancha de sucesos era tal que casi nos apabullaba,
y se nos quedaba la misma cara que al pobre Dylan McDermott, perdido e
incapaz de asimilar lo que ocurría a su alrededor, mientras su vida entera se
desmoronaba.
Un final de temporada perfecto, que redondeaba una serie
apabullante, de extremos, que huye de medias tintas y lo da todo, para bien y
para mal (hubo en cierto modo un efecto azucarillo a media temporada, cuando ya
se perdió el factor novedad, que nos descolocó a muchos), lo dejó todo cerrado,
pero siempre con la sensación de que la fórmula no estaba ni mucho menos
gastada. Siempre que se arriesgaran. Siempre que se mantuvieran fieles a su filosofía.
Todo puede pasar. Todo. Lo peor, e incluso aún más allá.
En los cuatro capítulos que llevamos de segunda temporada, ya
sumergidos en la vida del manicomio Briarcliff, se puede apreciar que la atmósfera
va a ser aún más desquiciante y opresiva, que la sangre correrá como siempre y
no se nos dará el menor respiro, menos aún que en la primera. Que desearemos no
haber entrado jamás en ese edificio maldito donde los crímenes más atroces se
cometen a diario, donde los asesinos no están en las celdas sino que tienen las
llaves, y no hay una sola persona que pueda considerarse cuerda. El demonio
campa a sus anchas por el asilo corrompiendo a todos tras su angelical
apariencia. No sé cómo acabará la temporada. Si será la última. Qué más da.
Tras un inicio algo dubitativo, la serie ha arrancado de nuevo. Sólo nos queda
disfrutar.
Momentos de auténtico terror, de terror puro, cuando nos
adentramos en el bosque sin saber lo que oculta, cuando destapamos la sábana y
vemos que jamás habrá escapatoria, que todo ha acabado. Los que disfrutamos con
ese escalofrío, los que pedimos más, jamás nos quejaremos de American Horror
Story pues se ha atrevido a llegar al máximo, a la exageración quizá, a la
locura misma.
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