Ir al contenido principal

Choque de reyes


Confusión. Caos. Guerra. Las batallas se suceden. Los muertos se multiplican. Decenas de personajes se pasean frente a nuestros ojos, muchos dejando escasa huella. En el mundo creado por George R.R.Martin, el infierno se ha desatado. Nadie está seguro. Cualquiera puede caer. 

El mastodonte de la HBO pisa con fuerza en su segunda temporada. Quizá demasiada fuerza. Sus ecos resuenan por cada rincón de los Siete Reinos. El problema es que hay tantísimos ecos que a veces cuesta entender lo que están diciendo. El caos que reina en la serie acaba por trasladarse al espectador, y eso no es bueno.

Sin embargo, la historia avanza, y no hay marcha atrás. Mientras los reyes chocan y se desgastan y dejan tras de sí un mundo devastado, y en mitad de todos ellos un enano mueve los hilos y maneja como nadie ese delicado juego, otros dos focos reclaman nuestra atención. Por supuesto uno de ellos es el inevitable Invierno, que ya está aquí. Y a juzgar por última (y soberbia) escena de la temporada, para quedarse.

El otro, claro, Khaleesi, preparándose para recuperar su trono. Cuándo lo hará... quién sabe. En esta temporada ha sido una mera figurante, perdida en las arenas del desierto junto a sus pequeños dragones.

Pero buceemos un poco en el delicioso caos que ha sido este Choque de Reyes, porque ha habido, sin duda, grandísimos momentos que merece la pena recordar...



Todo se encaminaba hacia esa gran batalla. Blackwater. Las piezas se disponían lentamente. Horas de presentaciones, de movimientos, de conspiraciones. Los contendientes se preparaban...

Un nuevo candidato al trono surgido de la nada (o casi). Stannis Baratheon, el hermano menor del malogrado rey Robert. Mencionado en la primera temporada, pero ya sabemos lo que significa mencionar un nombre en una serie como ésta. Nada. Y menos. Cuando apareció, era un desconocido. Uno más dispuesto a todo por el Trono de Hierro. Y lo cierto es que, diez capítulos más tarde, lo sigue siendo. A pesar de la batalla de Blackwater. No sé si es el actor, o el personaje. Pero Stannis no transmite nada. 

Sin embargo, mirad a la mujer que le acompaña... Melissandre. Pues si es cierto que algo de magia queda en ese mundo de (no tanta) fantasía, mucha nos llegará por parte de ella. Ya nos ha llegado, en una de las grandes escenas de la segunda temporada. Una de las más turbias, inquietantes. Quién es ese demonio humeante que se abre camino entre las piernas de la bruja. 

Por detalles como éste se lamenta el exceso de personajes. Esto merecía mucho más protagonismo. Su intervención en la consolidación de Stannis como candidato al trono (fugaz, sorprendente, diga de esta gran serie; por cierto, poniendo punto y final a un enfrentamiento que a los espectadores nos importaba bien poco...) no es suficiente. Espero que lo tenga en un futuro próximo. 


Pero volvamos a la batalla. A la otra parte. King's Landing se intenta defender, con uñas y dientes, del ataque marítimo de las tropas de Stannis, mucho más numerosas. La derrota parece segura. El rey Joffrey, que se ha revelado como un inútil sádico (brutal y necesaria escena, en mi opinión; todos sabéis a cuál me refiero...), no tiene ni la voluntad ni la capacidad de liderar la batalla. 

Sin embargo, sí hay un líder entre los Lannister. El único capaz de moverse como pez en el agua por los pasillos de mentiras y susurros donde Stark tropezó, y cayó. El gran Tyrion. Uno de los mejores, si no el mejor, personaje de Game of Thrones. Sus charlas con Varys el eunuco, y la consolidación de esa extrañísima (o no tanto) amistad, son otro punto a favor de la serie. Y es que Tyrion tiene las mejores frases, los mejores golpes. En esta segunda temporada se eleva y se hace con el control del mayor capítulo. Lo toma y lo hace suyo, igual que la batalla. 


La batalla, y el capítulo, que han generado más controversia. Carísimo. ¿Insuficiente? Personalmente, no me quejaré de los efectos especiales jamás si están a un nivel tan decente como aquí. No necesito más. Necesito una buena historia, unos buenos personajes

Si de algo me quejaré, y es un problema que lastra bastante a la serie, es que las batallas son demasiado bruscas, apresuradas. No hace falta mostrarlo todo. Ni mucho menos. Pero no la prepares durante tres, cuatro capítulos, para finiquitarla en medio. Y encima en ese medio capítulo, mostrarnos a una insoportable Cersei (el peor personaje de la serie... lo siento, no la trago) medio borracha, mal borracha, soltando el clásico discurso para dar epicidad al momento.

No he leído los libros. Quizá lo haga al acabar la serie, o cuando ya no pueda esperar más. Pero por lo que he oído, esta batalla tenía mucho más. Sólo diré que por lo que he visto, me lo creo. Una lástima.

Por suerte hay muchísimas otras cosas en Game of Thrones. Detalles geniales, sorprendentes, que te hacen  disfrutar capítulo a capítulo. Son tantas que siempre que escribo sobre la serie sube mi valoración. Sólo mencionaré uno del season finale que me hizo sonreír, pensando precisamente en las posibilidades de la serie, en los flancos abiertos que tiene, a cuál más interesante. 

Otros, como toda la historia de Greyjoy y de Robb Stark, por alguna razón me sobran totalmente.

Pero detalles como éste me hacen estar atento a cada minuto de la serie...


Para acabar, por supuesto, el final. Lo que llevaba esperando ver desde los primeros minutos de la serie. Al fin llegó el Invierno. Al fin vimos a los White Walkers. Desde el principio me lamentaba porque no nos mostraran más lo que ocurría sobre el muro. No sabemos demasiado aún. Pero lo poco que nos han mostrado me tiene contando los días para que llegue la tercera parte, una Tormenta de Espadas que promete muchísimo...

Comentarios

Entradas populares de este blog

Tan poca vida

Novela imperfecta como un caudal descontrolado que arrastra a su paso ramas, escombros y a todo aquel que se cruce en su camino, con exceso de páginas, de sufrimiento, de personajes y de todo aquello que una gran y ambiciosa obra debe tener. Hanya Yanagihara (Los Ángeles, 1975) empezó a escribir una historia sobre cuatro amigos en Nueva York , sobre cómo evoluciona su relación a lo largo de los años, y finalmente consiguió todo lo que quería y mucho más. Cómo me gustan las historias que avanzan por caminos que inicialmente parecían claros, y que se tuercen, crecen y acaban siendo algo completamente distinto.  Jude, Willem, JB y Malcolm. Difícil olvidarlos si has recorrido las casi 1.000 páginas de este portentoso, extremadamente cruel y extremadamente bello libro. Antes de entrar al detalle sólo recuperaré las palabras con las que se suele promocionar Tan poca vida .  "La novela que hay que leer. Para descubrir... Qué dicen y qué callan los hombres" Eso ...

Desmontando a Hank Moody

Actitud chulesca. Labios fruncidos. Te mira como si supiera algo más que tú. Algo importante. Pero no sabe una mierda. Él mismo te diría que no hay nada que saber, que se ha tirado la vida buscándolo y al fin lo ha entendido. Que todo es inútil. Se las lleva a todas de calle, con su eterno gesto de hastío. Es el héroe del siglo XXI, el héroe de todos los tipos que sueñan con triunfar sin dar un palo al agua. Es el modelo a evitar, aunque todos lo quieren seguir. Es Hank Moody. Ningún hombre que haya visto Californication no ha querido ser él. Deteniendo su Porsche en cualquier semáforo de Los Ángeles, volviéndose hacia el coche de al lado, mirando por encima de tus gafas de sol al bellezón lleno de silicona que media hora después se revolverá entre las sábanas de su cama. Pero, inmersos en la cuarta temporada de las andanzas de este peculiar escritor, paremos un momento. Intentemos responder a la siguiente pregunta, si es que tiene una respuesta: ¿Quién o qué es Hank Moody?

Nathaniel Samuel Fisher Jr.

El hijo pródigo volviendo a casa. Así empieza Six Feet Under. Así conocemos a Nate, en el aeropuerto, volviendo a Los Ángeles para Nochebuena. Él ya ha recorrido el camino que su hermana Claire todavía ni se atreve a iniciar . Él ya se rebeló en su día. Escogió marcharse de casa y buscarse a sí mismo en otra parte, renegando del negocio familiar. Sin embargo, dos sucesos marcarán su vida desde el momento en que ponga los pies en su ciudad natal. Dos sucesos que lo cambiarán todo. Una muerte primero (su padre), y un nacimiento algo después (Maya) . Nate se ve arrastrado por una marea que le lleva por un camino que jamás habría elegido, pero que poco a poco va aceptando. Vamos viendo su evolución (el cambio de peinado a lo largo de las temporadas, perfecta metáfora) con cierta tristeza. Su inevitable madurez, la pérdida de una frescura que nos atrapó, que nos fascinaba. Veíamos su relación con Brenda, su resistencia a convertirse en su padre... hasta que ya no pudo más y se rindió.