Qué sería del Quijote sin Sancho Panza. Un chiflado al que la gente vería aparecer a lomos de Rocinante, murmurando incoherencias y persiguiendo quién sabe qué. A los cuatro días acabaría en alguna zanja, moribundo. Sólo se entiende su grandeza desde los ojos de su fiel escudero. Algo muy similar pasa con Californication. Sólo comprendemos la genialidad de Hank Moody cuando nos ponemos en la piel de Charlie Runkle. Runkle es un reflejo del espectador. Admira a Moody de la misma forma ilusa que éste. Es su agente, su amigo, su confesor. Su fan número uno. Y por eso jamás será como él. Porque Hank no admira a nadie excepto al rostro que encuentra cada mañana en el espejo. Analizarle más seria inútil. Es un buen tipo deslumbrado por la luz artificial de Hank Moody. Y sin embargo, tiene su propia luz, una luz pura, una luz que nos hace desternillarnos, emocionarnos. Por eso cuando recordamos momentos de la serie, en la mayoría aparece este divertidísimo calvo. Y eso voy a hacer ahora. Así ...
I wish I could write you a melody so plain that would hold you dear lady from going insane...